martes, 20 de septiembre de 2011

Vivimos en la sociedad del producto. Necesitamos vendernos constantemente a través de un intento de lo único o de lo ingenioso y, paradójicamente, nos volvemos enemigos de la originalidad. No hay gesto que no se haya inventado y la conciencia de esto, podría matarnos. Somos las réplicas de una idea, de un guión preestablecido que se moldea con el tiempo y que nos limita. Somos un espiral de copias baratas de lo que un día fue puro. Somos una religión distorsionada, una prueba gastada de lo que hoy es historia. Pero sin embargo estamos absolutamente convencidos de que somos especiales. Especiales ante el mundo y entre el mundo. Como si el norte de nuestras vidas llegase un día a su tope y decidiese manejar a las masas con nosotros como ejemplos. Porque en el fondo eso es lo que esperamos. Actuamos como si detrás de nosotros hubiese alguien casi invisible dispuesto a aplaudir todo lo que hacemos. Quizás así tome más sentido el camino. Supongo que hacer por hacer, por el placer de hacer, provoca demasiado vértigo.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Gustarse tanto y tan bien impide entender porqué no logramos conquistar a alguien a quien mostramos nuestra esencia más absoluta. Es decir, creo que llega un punto en el que te sientes tan infinitamente seguro de ti mismo, que te equivocas. Te equivocas con tu imagen y te equivocas respecto a las intenciones ajenas. Pero no se trata de una especie de prepotencia ni de superioridad demasiado interiorizada. Supongo que conocemos tan a la perfección nuestros motivos que cualquier gesto desorientado nos parece el idóneo. Y entonces llegan las confusiones y los berrinches de altivas presentaciones.
Quererse es importarte. Me atrevería a decir que tanto o más que el respetarse, si no fuesen de la mano. Pero la razón no es una herramienta que podamos permitirnos ignorar. El juego se completa si hacemos un buen uso de la lógica emocional. Y al fin y al cabo, el único modo de conservar nuestro estima es combinándolo con el reflejo que hacemos de él hacia el resto de la sociedad.

martes, 23 de agosto de 2011

Movimiento.

Supongo que a veces nos olvidamos de que las personas somos mentes en constante evolución. ¿Cómo pretender no aceptar que la sociedad ruede si no es más que el conjunto de una maquinaria en acción? Pero para que la revolución social sea totalmente satisfactoria es necesario que crezca antes la necesidad del cambio en nuestras cabezas. Y al cambio se accede a través de la duda y del cuestionamiento. Nadie con miedo puede provocar un movimiento sano. Los grandes giros de la historia, los positivos, se han llevado a cabo por cerebros en equilibrio capaces de poner a prueba un razonamiento al que reforzar. Hay que entender que ningún paso se dará en falso cuando parta de una idea reafirmada. El futuro deberá constar de una cooperación para lograr la supervivencia. En un ciclo ambiental tan complejo como este empieza a ser incompatible la sensación de individualismo que reinaba hasta el momento. Paradójicamente, y como ha ocurrido a lo largo de las épocas, cualquier especie necesita de una ayuda externa para sobrevivir con éxito.
El ser humano, hasta cuando menos humano parece, sigue vivo. Y esta es la prueba definitoria para entender que el avance, entendido como un opuesto a lo estático, será infinito. Mientras haya una mente capaz de recibir estímulos, albergará la esperanza.