martes, 20 de septiembre de 2011

Vivimos en la sociedad del producto. Necesitamos vendernos constantemente a través de un intento de lo único o de lo ingenioso y, paradójicamente, nos volvemos enemigos de la originalidad. No hay gesto que no se haya inventado y la conciencia de esto, podría matarnos. Somos las réplicas de una idea, de un guión preestablecido que se moldea con el tiempo y que nos limita. Somos un espiral de copias baratas de lo que un día fue puro. Somos una religión distorsionada, una prueba gastada de lo que hoy es historia. Pero sin embargo estamos absolutamente convencidos de que somos especiales. Especiales ante el mundo y entre el mundo. Como si el norte de nuestras vidas llegase un día a su tope y decidiese manejar a las masas con nosotros como ejemplos. Porque en el fondo eso es lo que esperamos. Actuamos como si detrás de nosotros hubiese alguien casi invisible dispuesto a aplaudir todo lo que hacemos. Quizás así tome más sentido el camino. Supongo que hacer por hacer, por el placer de hacer, provoca demasiado vértigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario